SABINA Y ANIBAS Dice el
escritor peruano Julio Ramón Ribeyro que "todos tenemos un doble en las
antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a
efectuar el movimiento contrario". Es difícil encontrarlo y más cuando se
busca, es cierto. En cambio, el doble da contigo siempre que le viene en gana.
El doble es alguien que está en nosotros, dentro de nosotros, y de vez en
cuando se da a conocer, casi siempre a mayor gloria del personaje oficial. Y tú
le amas y le abominas y él a ti. Y él te niega y te reconoce y viceversa. El
doble suele ser ese íntimo enemigo que te recuerda desde el espejo el paso de
los años y el rastro de los daños. Ese mamón que nos traspasa las resacas de
sus borracheras y las deudas de sus excesos y sus incompetencias. El monstruo
que no nos cabe bajo la piel y nos arrastra con él por la vida para mostrarnos
la belleza de lo inútil, para que nos enteremos de cómo lo sublime y lo sórdido
caminan por la vida de la mano. El doble es el compañero de viaje, el cómplice
que siempre está del otro lado, sea cual sea el lado en el que se encuentre
uno. Mi doble se llama Tarrés. Vivimos, el uno del otro y por el otro,
manteniendo una relación a caballo del socio y el contrario, conscientes y
resignados ambos a la "innoble servidumbre de amar seres humanos y a la
más innoble que es amarse a sí mismo" como dijo Jaime Gil de Biedma.
Sabina, en cambio, no tiene dobles. Tiene muchos imitadores. Buscavidas que
hacen suyos los defectos del Flaco al tiempo que carecen de sus virtudes. Tiene
también un interesante catálogo de sanguijuelas y fantasmas en nómina y con
llave de la casa, que le suministran Peusec ilustrado e incluso dispone de un
eficiente y entregado servicio a domicilio que se ocupa de limpiar los vómitos,
recoger los destrozos y reponer las carencias. También hay quien le ama sincera
y ciegamente, pero dobles, lo que se dice dobles, no tiene. Supongo que en
algún tiempo los tuvo, como todo el mundo, pero se le acabaron. Algunos no
pudieron seguirle el paso y se quedaron atrás. Otros se le debieron caer de los
bolsillos y los más se diluyeron en los caminos aceitosos por los que los
arrastró nuestro héroe. Amarse a sí mismo es la primera condición para tener un
doble. Tal vez por eso Sabina no los tiene. Tal vez por eso o porque el tipo
prefiere entreverarse con sus personajes, que no sus dobles, y confundirse con
ellos viviendo vidas que él mismo construye y/o destruye y a los que les hace
sentir el rigor de su cotidiana muerte, lo cual provoca que, de vez en cuando, cansados
de la caña que les da el Sabina, sus personajes se rebelen. El otro día, en lo
del Caco Senante, uno de ellos comentaba: "...Este chico acabará muy
mal... Tú, que eres amigo suyo, deberías hablar con él. Decirle que nos cuide
un poco más... ...Que tome el sol, que tenemos un color que, vamos, parecemos
Lázaro recién revivido... ...Y que coma a sus horas... ...Que no abuse, que con
moderación todo es bueno... pero ¡hostias!, el tío es que se pasa mucho... ...Y
mucho rock and roll y mucha polla... pero los años no perdonan, amigo... ...Y
luego están los modales... y el lenguaje... Coño, un poquito más de respeto...
que hay cosas que son sagradas. Yo estoy de acuerdo con lo que dice, pero...
leche, es la manera ¿me entiendes...? ...Y ¡Cómo nos viste...! ¡Joder! Si
parecemos "periquito va de corto..." Debería cuidar la presencia...
No sé qué quiere que le diga, pero, para un tipo de su edad, eso del bombín y
el chaleco de colorines me parece un poco extremado... ...Y si en lugar de
tanto putón se dedicase más a la familia otro gallo le cantaría... pero ya
sabe... ...En fin, ya lo dijo aquel: "Cada quien es cada cual y baja las
escaleras como quiere". ¡Salud, primo, y aúpa Atleti...!" Y soltó una
carcajada cascada y se dio la vuelta encaminándose a la barra donde le
esperaban una rubia y una cerveza?. La evidencia de que la vida
es un camino sin retorno en su caso es extremadamente clara, pero, qué coño,
también los toreros mueren los domingos en la plaza y, puestos en plan taurino,
Sabina consume tanta vida porque es un hombre que tiene mucha muerte. Aunque
también puede ser que Sabina no exista. Si existiese se pondría al teléfono
cuando lo llamo. Lo más seguro es que el Sabina sea un invento mío, o mejor
dicho, el seudónimo de un tal Anibas que se inventó mi doble para tener un
sosía, que como el Tarrés se niegue a crecer y no tenga el ramalazo de maricón
de Peter Pan. Un cómplice para sus correrías. Un compañero para llorarle en la
solapa. Un colega del que aprender. Un bufón al que reirle las gracias. Un
amigo con el que compartir el tequila de los solitarios. Un desnaturalizado que
tampoco recuerde con exactitud la fecha de nacimiento de sus hijos. Pero si
Sabina no existe, ¿Qué hacer, entonces, con toda esta ternura que guardo para
Joaquín?
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