Serrat y Sabina; Sabina y Serrat

Serrat y Sabina; Sabina y Serrat
S&S

miércoles, 22 de febrero de 2012


Crítica al Disco

La Orquesta del Titanic: Calíope, Crono y Poseidón


Desde el pasado fin de semana escucho con gran deleite el nuevo disco de Serrat & Sabina: La Orquesta del Titanic. Conocía los promocionales, Hoy por ti, mañana por mí y Cuenta Conmigo, que preludiaban el disco cuya excelencia ya he confirmado. Particularmente, la canción Cuenta Conmigo comienza a recibir espacio en alguna radio venezolana.
En conjunto, los 11 temas del disco evocan imágenes nocturnas: como si Toulouse-Lautrec olvidara por un instante la voluptuosidad parisiense y se entregara a las visiones de una noche catalana. Un lienzo o música nocturna que puede disfrutarse a cualquier hora. Además, este particular ejercicio de exégesis encuentra multitud de sabores en los versos: como si estas canciones fuesen escritas por Machado, Lorca o Garcilaso, al amparo de algún piano de Memphis, posteriormente corregidas por Baudelaire… y viceversa. Y antes de la publicación final, otros poetas, por ejemplo Benedetti o José Alfredo Jiménez, introducen pequeños ajustes aquí y allá, para perfeccionar los sabores. Dulces pasteles de muchas capas.
Entonces, como asceta en súbito éxtasis místico, comienzo a sospechar que La Orquesta del Titanic propone un juego, un juego muy serio, cuyo primer guiño se encuentra en el título mismo. Un trasatlántico hundiéndose, más por capricho de Crono que de Poseidón, pero, aunque todo va a perderse en las profundidades implacables, y aunque las vajillas flotan y los niños y las damas van primero y los magnates detrás, estos dos muchachos que acompañaron a Wallace Hartley hasta el final (presumibles polizontes, uno del Poble-sec y otro de Úbeda, si bien los registros históricos no son claros) nos demuestran que Calíope puede superar la impiedad de otros dioses, derrotar todo: a la presión subacuática, a la concentración salina en los pulmones, a la envidia de Poseidón, al paro, a la inflación y a las canas en la garganta. La música, cuando es excelente, asegura su eternidad, y sobre todo, su trascendencia. Y la música en La Orquesta del Titanic es excelente.
Me he divertido sintiendo las similitudes entre el tema homónimo y Los Fantasmas del Roxy. Además, prolongo el juego de los versos: Mujer de sombras y de melancolía, aunque éramos asquerosamente jóvenes y nunca saco a pasear el corazón, recuerda que a veces amanecía por detrás del malecón y las orquestas, y recuerda también que el amor no tiene cura y es eterno mientras dura. Disculpa que me distraiga por tener que soportar a tanto idiota: lo que pasa es que estalla una bomba en la noche de paz, lo que pasa es que apesta a zambomba el mensaje del Rey. No prometo ser el ángel en tu cielo, porque lo peor del cielo es que está tan lejos de aquí, y además qué falta le haría otro ángel al cielo. Perdona también si me ves cínico o huraño, si te horroriza mi colección de cromos de barcos piratas sin ley, mi colección de escarabajos aplastados… te entiendo… hoy un escarabajo, mañana… quién sabe mañana. Lo único que puedo prometerte es que si buscas alguien que te trate mal, cuenta conmigo.
De este disco me complace especialmente la novedad de composiciones y la simbiosis: no es Serrat, no es Sabina, es Serrat & Sabina. Podría ser, a veces, Tarrés & Sabina. Disco totalmente recomendado.

lunes, 30 de enero de 2012

Joan y Joaquín: El Inicio

Sabina cantaba canciones de Mediterraneo (ese disco emblemático de Serrat que, andan diciendo por ahí, contiene la mejor canción escrita en la historia de la música popular de España), en Londres, durante su exilio. El de Úbeda ya conocía al catalán. Pero el del Poble Sec al de  Tirso de Molina, no.
Habría de llegar el año 1978 cuando Joaquín inició su carrera "profesional" en la música, con aquello de Inventario, donde aparecía sentado en una cama, con una mujer detrás, y cubierto el rostro de barba. Fue el debut. El mismo año, un Serrat consolidado, con olor a leyenda ya, traía un disco sencillo, titulado, presicamente, 1978. Sabina ensayaba sus inicios y el Nano se daba el lujo de resumir la historia de Cataluña en 7 minutos.
Casi veinte años después de inciada la carrera, Joaquín habría de hacer pública la admiración al Nano "Que no me toca nada y es mi hermano", cantaba Sabina, y razón tenía  "La historia es de pura admiración. Ni siquiera éramos amigos cercanos. Manteníamos una relación de discípulo a maestro. La hice para ver si se fijaba en mí" contó en una entrevista. Luego bromeaba que la hizo para que Joan le retribuyera con otra canción y el cabrón jamás lo hizo.  ¿Habrá sido la canción 'Mi primo el Nano' el orígen de esta aventura hoy llamada 'La orquesta del Titanic'? No lo sabemos. Sabemos que frecuentaron los mismos círculos, que tenían amigos en común, antes y después de ello, cada uno iba tejiendo su estilo, construyendo su monumento. El tiempo, y la amistad, años después, los juntaría en un mismo escenario. Dos pájaros de un tiro, que ahora contraatacan. Pero volvamos a la inquietud inicial de este texto. ¿Cuál es el orígen de esta unión?
Para saber dónde se inicia esta travesía propongo frotar la lámpara, invocar a un genio, de perfil filipino que va desnudo en ascensor. A Luis Eduardo Aute, el de las rosas en el mar. Él nos dice, con esa cándida voz: "Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat se conocieron en mi casa; Sabina es más urbano, Serrat más del barrio, pero ambos son geniales". Amén, Luis Eduardo. Y gracias.

lunes, 23 de enero de 2012

Joaquín Sabina: Perdonen la tristeza. Prólogo por Joan Manuel Serrat



SABINA Y ANIBAS Dice el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro que "todos tenemos un doble en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario". Es difícil encontrarlo y más cuando se busca, es cierto. En cambio, el doble da contigo siempre que le viene en gana. El doble es alguien que está en nosotros, dentro de nosotros, y de vez en cuando se da a conocer, casi siempre a mayor gloria del personaje oficial. Y tú le amas y le abominas y él a ti. Y él te niega y te reconoce y viceversa. El doble suele ser ese íntimo enemigo que te recuerda desde el espejo el paso de los años y el rastro de los daños. Ese mamón que nos traspasa las resacas de sus borracheras y las deudas de sus excesos y sus incompetencias. El monstruo que no nos cabe bajo la piel y nos arrastra con él por la vida para mostrarnos la belleza de lo inútil, para que nos enteremos de cómo lo sublime y lo sórdido caminan por la vida de la mano. El doble es el compañero de viaje, el cómplice que siempre está del otro lado, sea cual sea el lado en el que se encuentre uno. Mi doble se llama Tarrés. Vivimos, el uno del otro y por el otro, manteniendo una relación a caballo del socio y el contrario, conscientes y resignados ambos a la "innoble servidumbre de amar seres humanos y a la más innoble que es amarse a sí mismo" como dijo Jaime Gil de Biedma. Sabina, en cambio, no tiene dobles. Tiene muchos imitadores. Buscavidas que hacen suyos los defectos del Flaco al tiempo que carecen de sus virtudes. Tiene también un interesante catálogo de sanguijuelas y fantasmas en nómina y con llave de la casa, que le suministran Peusec ilustrado e incluso dispone de un eficiente y entregado servicio a domicilio que se ocupa de limpiar los vómitos, recoger los destrozos y reponer las carencias. También hay quien le ama sincera y ciegamente, pero dobles, lo que se dice dobles, no tiene. Supongo que en algún tiempo los tuvo, como todo el mundo, pero se le acabaron. Algunos no pudieron seguirle el paso y se quedaron atrás. Otros se le debieron caer de los bolsillos y los más se diluyeron en los caminos aceitosos por los que los arrastró nuestro héroe. Amarse a sí mismo es la primera condición para tener un doble. Tal vez por eso Sabina no los tiene. Tal vez por eso o porque el tipo prefiere entreverarse con sus personajes, que no sus dobles, y confundirse con ellos viviendo vidas que él mismo construye y/o destruye y a los que les hace sentir el rigor de su cotidiana muerte, lo cual provoca que, de vez en cuando, cansados de la caña que les da el Sabina, sus personajes se rebelen. El otro día, en lo del Caco Senante, uno de ellos comentaba: "...Este chico acabará muy mal... Tú, que eres amigo suyo, deberías hablar con él. Decirle que nos cuide un poco más... ...Que tome el sol, que tenemos un color que, vamos, parecemos Lázaro recién revivido... ...Y que coma a sus horas... ...Que no abuse, que con moderación todo es bueno... pero ¡hostias!, el tío es que se pasa mucho... ...Y mucho rock and roll y mucha polla... pero los años no perdonan, amigo... ...Y luego están los modales... y el lenguaje... Coño, un poquito más de respeto... que hay cosas que son sagradas. Yo estoy de acuerdo con lo que dice, pero... leche, es la manera ¿me entiendes...? ...Y ¡Cómo nos viste...! ¡Joder! Si parecemos "periquito va de corto..." Debería cuidar la presencia... No sé qué quiere que le diga, pero, para un tipo de su edad, eso del bombín y el chaleco de colorines me parece un poco extremado... ...Y si en lugar de tanto putón se dedicase más a la familia otro gallo le cantaría... pero ya sabe... ...En fin, ya lo dijo aquel: "Cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere". ¡Salud, primo, y aúpa Atleti...!" Y soltó una carcajada cascada y se dio la vuelta encaminándose a la barra donde le esperaban una rubia y una cerveza?. La evidencia de que la vida es un camino sin retorno en su caso es extremadamente clara, pero, qué coño, también los toreros mueren los domingos en la plaza y, puestos en plan taurino, Sabina consume tanta vida porque es un hombre que tiene mucha muerte. Aunque también puede ser que Sabina no exista. Si existiese se pondría al teléfono cuando lo llamo. Lo más seguro es que el Sabina sea un invento mío, o mejor dicho, el seudónimo de un tal Anibas que se inventó mi doble para tener un sosía, que como el Tarrés se niegue a crecer y no tenga el ramalazo de maricón de Peter Pan. Un cómplice para sus correrías. Un compañero para llorarle en la solapa. Un colega del que aprender. Un bufón al que reirle las gracias. Un amigo con el que compartir el tequila de los solitarios. Un desnaturalizado que tampoco recuerde con exactitud la fecha de nacimiento de sus hijos. Pero si Sabina no existe, ¿Qué hacer, entonces, con toda esta ternura que guardo para Joaquín?